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jueves, 2 de julio de 2009

El 31 de Octubre de 1755, las entrañas de la tierra bramaron a escasos kilómetros de las costas de Lisboa. El terremoto pasó a formar parte de esa espantosa lista de los más devastadores de la historia. Aunque en aquella época, la sismología contaba bien poco, podemos imaginar un desastre similar al del famoso terremoto de San Francisco, en el pasado siglo. Según las crónicas de la época, Lisboa quedó totalmente arrasada.
El temblor de tierra se propagó a cientos de kilómetros de allí y en la capital salmantina, a la misma hora en que Lisboa se llenaba de escombros, la población se refugiaba en la catedral presa del pánico, mientras sentía los tañidos de las campanas sonando sin intervención humana, y el suelo tambaleándose bajo sus pies.
Uno de los efectos de aquel movimiento de tierra fue la inclinación de la torre de la Catedral Nueva, que actualmente tiene, efectivamente, una ligera inclinación sobre el plano, imperceptible a simple vista, pero que no quita para que haya sido apuntalada interiormente en varias ocasiones.
El Cabildo catedralicio de Salamanca en aquel momento, dio origen a lo que más tarde se convertiría en una tradición, cuando estableció que todas las vísperas del día Todos los Santos (tal día como el del desafortunado suceso), subiese alguien para tocar las campanas, incluso la más alta y externa de la torre (la denominada "del Reloj" que se encuentra en el Cupulín, que solo es accesible desde fuera de la cúpula de la torre), como acción de gracias al Señor por evitar mayores catástrofes y rogar porque no sucediese nuevamente. Al mismo tiempo, el encargado de cumplir con tal misión, debía trepar al pináculo con el fin de medir la angulación de la torre de año en año.
Dentro de la catedral tenía su vivienda una familia encargada de llevar a cabo los distintos toques de campanas, y fueron ellos los encomendados para cumplir con el edicto del Cabildo catedralicio. En Salamanca eran sobradamente conocidos. El apodo de la familia: Los Mariquelos.
En 1976, Fabián, el último descendiente de la familia de los Mariquelos cumplió por última vez con una tradición centenaria.
Después de aquello, se dio por perdido aquel rito.

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