En el número 6 de la calle de Bordadores se encuentra
ubicada la casa de las muertes. Ninguna de las leyendas que se conocen puede atestiguar la
veracidad de las historias que se cuentan para justificar las razones que
existen para denominarla de esta manera. Tanto se puede deber a que en el siglo
XVIII el nombre de la calle en que se sitúa la casa era de las Muertes.
Sea como fuere, se puede decir que como consecuencia del
testamento de los descendientes de los Ibarra, la casa paso a ser propiedad de
la Iglesia, pasando posteriormente a Alejo Guillen, clérigo y organizador de
partidas guerrilleras durante la Guerra de la Independencia. La heredo su ama
de llaves, María Lozano, encargada de hacer llegar las instrucciones dictadas
por su señor a los grupos guerrilleros, entregándoselas a los campesinos
aprovechando el momento en que se desplazaba al mercado. Sin embargo tras su
asesinado en 1.851 y debido a que nadie reclamo el inmueble, la casa fue
subastada sin encontrar comprador debido a los recelos que originaban cuantas
historias corrían sobre ella por la ciudad.
La casa debió
comenzarse a construir a principios del siglo XVI, y fue proyectada por el
arquitecto Juan de Álava, cuyo verdadero nombre era Juan de Ibarra, conservando
de la época una espléndida fachada e inscribiéndose en el más puro estilo
plateresco civil salmantino.
Todo un alarde de
ornamentación que culmina con el balcón y las dos ventanas del piso superior,
cuyas cuatro pilares se apoyan en cráneos o calaveras, presidiendo toda la
compasión el busto del arzobispo Fonseca, rodeado por cinco angelotes o
querubines ,lo que hace pensar que el primitivo dueño fuera el patriarca
Fonseca. Este motivo decorativo se repite como elemento de sustentación de la
cornisa del tejado. Las dos ventanas contienen en su parte baja senda mensuras
sobre las que se encuentran labradas unas calaveras, que cuando la leyenda
macabra de esta casa fue más intensa, se transformaron en simples bolas y que
en la restauración realizada en el edificio en 1.963 se labraron de nuevo.
Debió ser la casa de Juan y Pedro de Álava o
Ibarra, padre e hijo respectivamente; el hijo adopto el apellido Ibarra, por
ser naturales de esta localidad alavesa, arquitectos que por aquel entonces se
encontraban trabajando en la ciudad, y quizás desde 1.628, según algunos, en el
Colegio de Ibarra, para colegiales vizcaínos de la Universidad.; alguno de
ellos, posiblemente el hijo, debió ser el arquitecto que lo diseño.
La familia de los Ibarra fue enterrada en la iglesia de
Santa María de los Caballeros.
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