SALAMANCA24HORAS rescata del
olvido nuevos relatos sobre los mitos, leyendas e historias prodigiosas de la
tradición salmantina. Desde los albores de los tiempos, el ser humano ha
tratado de ofrecer una coherente explicación a cada uno de los elementos que
interfieren en este planeta llamado Tierra. Sin embargo, no siempre puede
encontrar un motivo racional. Es ahí donde entra el folclore, impregnado de misticismo
y fantasía, historias transmitidas en el serano, a la luz de la hipnotizadora
lumbre
Los
caprichos de la naturaleza son infinitos. Los siglos transcurren como segundos
en la eternidad, pero el ser humano no deja de sorprenderse día tras día por
extraños fenómenos que intenta comprender en su breve deambular por este mundo.
Inexplicables digresiones orográficas salpican por doquier el heterogéneo
paisaje salmantino, cual aleatorias pistas de un misterioso rompecabezas que
debe ser resuelto. Un caprichoso puzle que desafía a la razón. La estrechez
mental del hombre llevó a buscar en el más allá una rápida solución al
entuerto, pero el progreso ha derribado la barrera de la incomprensión y lo ha
acercado poco a poco hasta el entendimiento racional. Sin embargo, aunque la
ciencia ahora gana terreno a la fe, ciertos parajes no dejan de asombrarnos. Es
el caso de las rocas en forma de uñas de gato en Berrocal de Huebra.
Cuenta la leyenda que el diablo quiso una vez subir a la superficie de la
tierra en busca de almas corrompidas que arrastrar hasta las profundidades de
su infernal reino. Pero extravió el trayecto y fue a parar al campo charro,
repleto de encinas, pero despejado de seres humanos en kilómetros a la redonda.
El maléfico ser deambuló por la dehesa salmantina durante horas, pero sin éxito
alguno. Así que comenzó a sentir los achaques que la encarnación. Sintiéndose
fatigado, decidió sentarse a la sombra de un frondoso árbol para recobrar el
fuelle durante un momento. De repente, un agudo sonido le sobresaltó.
El diablo se percató de la presencia de un maullido que le aturdió el oído.
Un grupo de gatos reclamaba su atención a lo lejos, a la puerta de lo que
parecía ser una alquería. Donde hay gatos hay hombres, y bajo techo más, pensó
la maldad hecha carne y hueso, por lo que no dudó en acercarse raudo hasta los
mininos. Durante el trayecto era él quien se relamía de placer calculando
avariciosamente cuántas almas robaría.
Al llegar hasta los gatos, éstos se introdujeron por la puerta. El diablo
decidió seguirles. Pensó en adentrarse sigilosamente, pero eso era un síntoma
de debilidad. Él era el señor del inframundo, el dueño de las hogueras
terrenales, así que irrumpió a la fuerza y vociferante. Sin embargo, el
silencio se adueñó de la estancia. Allí no había nadie. Los gatos se
arremolinaban ante una figura. Y entonces el diablo comprendió que había sido
engañado. Los animales se apostaban a los pies de un cristo. Estaba en un
templo.
Apenas pudo reaccionar, pues tan rápido como había llegado el diablo
comenzó a evaporarse, sucumbiendo al poder de la bondad que emanaba de aquel
lugar. Pero no quería regresar de vacío al infierno, así que mientras
desaparecía hizo un último esfuerzo para agarrar por el rabo a los gatos que le
habían burlado. Los animales hicieron todo lo posible por permanecer en la
superficie, estirando las zarpas para quedar anclados a la tierra a través de
sus uñas, quedando sólo el rastro de éstas como testimonio de lo allí
acontecido. Desde entonces se cuenta que los pequeños berruecos que se reparten
por las fincas de lo que hoy es Berrocal de Huebra son las uñas petrificadas de
los gatos que el diablo se llevó despechado al infierno.
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