Es el único colegio que queda en pie de los que
edificaron las órdenes militares en la ciudad. El de la Orden de Santiago,
conocido por el nombre de colegio del rey estuvo en la calle Balmes, donde actualmente está la Facultad
de Ciencias y las pistas de atletismo «El Botánico» lo inicio Rodrigo Gil de
Hontañon concluyéndolo en el siglo XVII Juan Gómez de Mora. En 1998 al excavar
se encontraron los restos de este colegio en una extensión de 400 m2.
Si bien su
construcción data de 1717, no obstante desde 1552 estaban redactadas las
constituciones del Colegio Imperial de la Inmaculada Concepción de la orden
militar de Calatrava, refrendadas en nombre del emperador Carlos V por su hijo
y futuro Felipe II, ocupando sus colegiales un modesto edificio junto al
Palacio de Fonseca o de la Salina en la calle de San Pablo hasta la
construcción del colegio actual. Aunque fue obra de Pantaleón de Pontón, no
obstante, fue Joaquín de Churriguera, maestro en esos momentos de la Catedral
Nueva y del Colegio de los Jesuitas (Clerecía), el que hizo los planos
definitivos y quien en 1717 inicio los trabajos de construcción, ubicándolos en
la actual calle del Rosario. Tras su fallecimiento en 1724 la obra la prosiguieron
a un ritmo muy lento Pedro de Gamboa y Domingo Diez, hasta que en 1750 se nombró
maestro de la obra a Jerónimo García de Quiñones, aunque en realidad las
directrices emanaron del rector Francisco Ibáñez de Córdoba, hombre de
formación y gustos ilustrados que elimino gran parte de la aparatosa decoración
barroca que tenía el edificio en un principio, alterando el proyecto barroco
inicial para adaptarlo a los gustos clasicistas del momento, donde más
intensamente se produjo este proceso de eliminación de formas decorativas fue
en el patio y en la iglesia, mientras que la fachada aun mantuvo, en parte, su
carácter de edificio barroco.
De forma
rectangular con sus cuatro torreones según los esquemas tradicional español de
alcázar torreado, los torreones de la parte delantera sirven para enmarcar la
fachada, mientras que los traseros dan cobijo al crucero de la capilla y a la
caja de la escalera. En este esquema la decoración más abundante se centra en
la portada. Esta se encuentra realzada por una escalinata sobre la que se sitúa
la puerta flanqueada por dos columnas algo enanas y de fuste decorado al estilo
churrigueresco y de dos angelotes que hacen ondear banderas de Calatrava. Sobre
el dintel el escudo de la Orden y sobre este una hornacina con la imagen de San
Raimundo de Fitero, fundador de los caballeros calatravos. Remata el conjunto,
por encima ya de la balaustrada que recorre todo el cuerpo central, una peineta
con el escudo de Felipe V.
En el piso bajo se abren ventanas coronadas de frontones
triangulares, mientras que en el principal encontramos balcones con pechinas y
acroteras. Del interior cabe destacar la escalera por el atrevimiento de su
trazado, aparte de los cuadros de Francisco de Goya que contenían los retablos
de piedra, desaparecidos durante la Guerra de la Independencia.
En 1790 Gaspar
Melchor de Jovellanos, el rector Francisco Ibáñez y el abad Antonio Ponz
hicieron desaparecer parte de la ornamentación del edificio por considerarla de
mal gusto, mostrando a las claras el frío academicismo impuesto por estos. A
Jovellanos le cupo el encargo del gobierno de reformar los estudios de los
colegios de las órdenes militares, viajando a Salamanca de abril a agosto de 1790,
donde inspecciono dichos colegios y elaboro el Reglamento y Plan de Estudios
del Colegio de Calatrava, según el cual el colegio se componía de un rector, un
regente de teología, otro de cánones, diez colegiales de número y los
supernumerarios que cupiesen.
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