Serie de cuatro capítulos la historia de los testigos mudos de la historia que todavía permanecen en pie en la provincia charra, comenzando por el límite que dividió a ambos reinos.
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El célere martilleo del progreso se afianza cada día como una apisonadora que desbanca del privilegiado rincón de la memoria aquellos hechos y vestigios de la historia que nunca deberían olvidarse En la era de las nuevas tecnologías, de Internet y la globalización, la sedentaria sociedad actual está relegando a viejos baúles sus más ancestrales tradiciones, experiencias generacionales que acumulan polvo y perecen en la nada en apenas décadas.
Pero si la historia se encuentra en el entredicho de la memoria, algunos de sus testigos mudos agonizan a la espera del maná que les ofrezca un aliento de esperanza. Son los castillos y fortalezas que despuntan entre las llanuras, valles y montañas del diamante en bruto que es este territorio charro, eje fundamental durante la Reconquista de los cristianos. Por tanto, uno de los epicentros por donde poder encontrar estos impresionantes baluartes defensivos que en la actualidad continúan mirando al cielo, pero hora no desafiándolo, sino clamando por una ayuda económica que pueda acometer su restauración para no caer cual efímera torre de naipes.
Al amparo de ellos crecieron la música, la literatura y la pintura, cobijaron el nacimiento de las ciencias y de la economía, y fueron el símbolo del poder contra el débil, defensa y apoyo frente al invasor. Su ubicación en la provincia de Salamanca permite establecer varias rutas de recorrido para adentrarse en el corazón que guardan piedras inertes a primera vista, pero tan llenas de vida como quienes las habitaron. La primera parada nos lleva a las fortalezas entre la frontera de los reinos de León y Castilla: Alba de Tormes, Salvatierra de Tormes, Cespedosa de Tormes, Santibáñez de Béjar y Puente del Congosto.
Alba de Tormes: el Ave Fénix de la Casa Ducal
Mientras la mayoría de los castillos de la provincia de Salamanca agonizan por el inexorable paso del tiempo y la ausencia de mecenas que oigan sus pedregosos llantos para restaurarlos, todavía quedan ejemplos de fortalezas que, cual Ave Fénix, renacen constantemente de sus cenizas, como si estuvieran destinados a permanecer erguidos para que las historias que albergan sus silenciosos muros no pasen al rincón del olvido.
El castillo de Alba de Tormes es un claro ejemplo de ello, erigido como pequeña torre sobre una colina durante la Edad Media , devastado por las contiendas anteriores a la época de los Reyes Católicos pero reedificado y convertido en palacio por los primeros duques de Alba, destruido durante la Guerra de Independencia contra los franceses a comienzos del siglo XIX pero restaurado por el Ayuntamiento y la Junta durante los últimos años para su uso turístico.
Tal era la grandeza de don Fernando Álvarez de Toledo y la pasión que tenía en su fortaleza palaciega, que se decanta de lleno por su conservación como patrimonio histórico y museístico. De hecho, en 1575 decide depositar allí toda la artillería ganada en las campañas militares por Alemania, Flandes e Italia.
Pero los posteriores monarcas no respetaron los deseos del Gran Duque y esta artillería fue empleada durante la Guerra de Sucesión en el siglo XVII, pues diversos estudios de investigadores han demostrado que en Alba había sesenta cañones en 1637 y setenta años después se fundieron cuarenta. Es el sino de la historia. Como si de un fatal presagio se tratara, a los cañones siguió el progresivo desmantelamiento de todo el castillo ducal hasta la Guerra de Independencia, momento en que la villa y su puente sobre el Tormes se convierten en zona estratégica.
Salvatierra de Tormes: la joya de un hijo de Alfonso X
El río Tormes, además de regar desde tiempos inmemoriales las tierras de lo que hoy conocemos como la provincia de Salamanca, siempre fue frontera natural entre los reinos de León y Castilla, delimitando dos zonas estratégicas de gran actividad bélica y caballeresca durante la Edad Media con motivo de la Reconquista contra los árabes.
Sobre esta línea se erigieron fortalezas y torreones como vigía ofensiva o defensiva, dependiente bien de los periodos de inherente paz entre los monarcas leoneses y castellanos durante la unión de ambos reinos, bien de las épocas de intriga fratricida entre los codiciosos herederos. Uno de las más importantes, tanto por su estructura como por la ubicación dentro de uno de los principales concejos de Salamanca, fue el castillo de Salvatierra de Tormes, conocido popularmente como castillo de la Mora Encantada.
Las grandes reformas administrativas del siglo XIX condenan definitivamente a las posesiones que un día albergaron esplendor y desde entonces se tiñen de polvo y olvido. Así lo constataba un informe de 1870 que describía al castillo de Salvatierra de Tormes como fortaleza en decadencia.
Por si fuera poco, la construcción del pantano de Santa Teresa a mediados del siglo XX provocó la anegación de campos y el progresivo lamido que las aguas embalsadas dispensan desde entonces a la adusta silueta de un castillo en estado de ruina progresiva, propiedad hoy de la Confederación Hidrográfica del Duero, y que, si nadie lo remedia, corre el peligro de desaparecer en un baúl cuyas llaves nadie podrá encontrar jamás.
Cespedosa de Tormes: terraza del río como moneda de trueque
Poder. Bajo esta palabra de apenas cinco letras se esconde toda una enciclopedia de significados, cual veneno disfrazado de perfume en un ínfimo frasco que engulle todo a su paso cuando se abre la caja de Pandora. Durante siglos, el dominio y control de los territorios provocó continuas tensiones e intrigas en los diversos reinos que se fueron amoldando para conformar lo que hoy conocemos como España.
Reyes y nobles conspiraron en la sombra en busca de apoyos, en algunos casos, y de mirar hacia otro lado, en los más, para lograr un mayor control sobre la plebe. Dentro de este juego de intrigas, los símbolos de poder se antojaron como la pieza clave de un puzle en ocasiones indescifrable. Los castillos y fortalezas, como altaneros elementos nobiliarios, también fueron moneda de trueque entre los señores en su codicia por afianzar alianzas y trazar estrategias a favor de tal bando o cual linaje, como ocurrió con el torreón de Cespedosa de Tormes.
Residencia entonces del linaje abulense, el torreón de Cespedosa fue heredado por Juan Dávila, al mismo tiempo que el territorio pasó a ser mayorazgo en 1450. Fue tal la importancia que alcanzó la localidad que acaparó la atención de las dos familias que ya rivalizaban por el control de Castilla y León, los Estúñiga y los Álvarez de Toledo.
Santibáñez de Béjar: vigía lindante en las guerras fratricidas
La historia de España se escribe desde sus albores con letras de sangre, derramada en la mayoría de los casos como consecuencia de cruentas batallas entre hermanos. Desde la Edad Media hasta hace apenas setenta años, numerosas guerras han sacudido a los habitantes de la piel de toro con el poder como ominoso trasfondo que motivó en ocasiones interminables y viscerales enfrentamientos.
Los dorados campos de Castilla y León se tiñeron de bermellón durante siglos mientras en la corte se tejían conspirativas telas de araña en busca de amasar terrenos que dominar y pueblos que oprimir. Dentro de este peculiar tablero de ajedrez, los castillos jugaron un papel fundamental como fortalezas defensivas, en algunos casos, o como atalayas desde donde controlar el avance del enemigo, en los más. Es el caso del torreón de Santibáñez de Béjar.
En este conflictivo contexto histórico surge en los primeros años del siglo XIII el torreón de Santibáñez de Béjar, configurando una línea de centinelas junto con la atalaya de Cespedosa de Tormes y la ya desaparecida de La Cabeza de Béjar. Tales lindes habían establecido que este municipio formara parte del reino de Castilla, mientras lo que hoy es Guijo de Ávila perteneciera ya al reino de León.
Puente del Congosto: atalaya protectora del río Tormes
El río Tormes siempre ha marcado la vida de miles de salmantinos. Imperecedera fuente de vida, manantial de desarrollo en torno al cual se erigieron decenas de localidades a lo largo de la historia, también jugó su papel clave en el devenir de la provincia durante la Edad Media y la Edad Moderna.
Varios fueron los puntos estratégicos a lo largo del recorrido del Tormes desde su entrada en Salamanca por el sureste hasta su desembocadura en el río Duero trazando una irregular diagonal. Alba de Tormes, Salamanca y Ledesma prosperaron al regazo de sus cristalinas riberas, pero había que defender estos territorios, de ahí que casi todos los núcleos junto al Tormes puedan presumir también de conservar en su mayor parte una fortificación. Es el caso de Puente del Congosto.
La localidad ganó peso en las rutas comerciales, pasando estos señoríos en 1393 a manos Gil González Dávila. Durante un siglo, Puente del Congosto experimenta un célere auge, de ahí que los Reyes Católicos ordenaran en 1500 mediante una provisión la reconstrucción del puente principal, que sufre su reforma más importante y queda en su forma actual.
A su amparo surge el castillo bajo la propiedad de los Dávila de Cespedosa, pero en 1456 la familia Alba lo recibe de doña Aldonza de Guzmán, viuda de Gil González Dávila, como intercambio con otras propiedades, alternándose la propiedad entre ambas familias durante esta época. Y es que el siglo XV, sobre todo bajo los reinados de Juan II y Enrique IV, protagoniza la configuración de los grandes estados señoriales de la provincia charra, al amparo de la debilidad del poder real y de otras instituciones como el Concejo Salmantino.
salamanca24horas.com
Fecha: 10 de julio de 2010
Autor: Raúl Martín
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Fecha: 10 de julio de 2010
Autor: Raúl Martín
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