Escrito por: Raúl Martín Domingo, 19 de Octubre de 2014
07:33
para salamanca24horas.com, el diario digital de Salamanca.
Hechos
inexplicables se suceden cada día. Desde el amanecer de los tiempos hay quienes
atribuyen estas acciones a la presencia de seres mágicos de la naturaleza,
misteriosos espíritus empeñados en entrometerse en la vida diaria del ser
humano, sobre todo de los rudos habitantes del campo. Así lo recoge la
tradición oral y el folclore popular de innumerables pueblos y aldeas de todo
el mundo. Ancestrales relatos conservados por nuestros abuelos que en unas
culturas hablan de gnomos y trasgos, en otras de duendes y hadas. En la Edad
Media, la creencia de la existencia de espíritus fantásticos era generalizada
en la arcaica Castilla. En la provincia de Salamanca, uno de los parajes más
mágicos es la Sierra de Quilamas, asociado a la leyenda de la reina mora y un
tesoro escondido. Pero también hay otros relatos que hablan de los señores
del bosque y sus guiños hacia el ser humano. Así ocurrió con la seta dorada.
Cuenta la leyenda que había un grupo de pastores que
solía llevar su ganado hasta lo alto de la Sierra en busca de inaccesibles
pastos, pero tan sabrosos que propiciaban la mejor leche de la comarca. Cada
jornada ascendían por los enrevesados senderos desde Navarredonda, Rinconada,
Escurial y Linares de Riofrío. Unos partían al amanecer, otros ya bien entrada
la mañana, pero todos se juntaban a la hora de comer para compartir
conversación, buen vino y mejor almuerzo con que llenar el gaznate. No
importaba el frío o el calor, la lluvia o la nieve. Jamás faltaron a su cita, ni
siquiera cuando alguna enfermedad pudiera impedírselo. Hasta aquel mediodía de
un ventoso otoño.
El sol
comenzaba ya a descender de su trono pero uno de los pastores aún no había
llegado. Durante la comida no hubo otro tema de conversación. Era la primera
vez que ocurría, así que sus compañeros se preocuparon. Estaban ya a punto de
levantarse cuando a lo lejos unos alaridos les sobresaltaron. Era él, corriendo
como alma que lleva el diablo, sin apenas resuello. El joven les explicó que se
desvió del camino, adentrándose en el bosque un momento en busca de setas con
que realizar un buen guiso, pues ya era temporada micológica y se esperaba una
importante presencia de ejemplares. Entonces divisó una seta fuera de lo común.
Le atrajo desde la distancia y no pudo frenar su impulso. Era una seta dorada,
tan reluciente que dañaba los ojos. Intentó arrancarla pero le resultó
imposible. La agarró con ambas manos, le dio un puntapié, utilizó hasta la
navaja para cortar el pan, recién afilada, pero nada. No había forma de coger
la seta. Por eso acudió en ayuda de sus compañeros, para llevar un hacha con
que arrancar el dorado ejemplar.
Al
escuchar la historia, los demás pastores dudaron, pero al ver tan convencido al
zagal, le siguieron hacia el lugar indicado. Por el camino cada uno iba
haciendo sus cábalas. ¿Cómo sería de grande esa seta dorada? ¿Serviría para
alimentar las familias de todos los pastores? ¿Pasarían a ser ricos
terratenientes? Sin embargo, una vez allí, la seta no estaba. Ni rastro de
ella. El pastor estaba convencido de que ése era el paraje exacto. Pero nada.
Sintiéndose engañados y burlados, los pastores regresaron cada uno a su casa.
A la mañana
siguiente la historia se repitió, pero fue otro el pastor que divisó la seta
dorada. Los demás ahora sí creyeron firmemente el relato que el zagal les
contara el día antes. Acudieron raudos al lugar indicado, pero una vez más sin
éxito alguno. ¿Acaso habían cometido algún error al regresar? Y entonces unas
risas burlonas se esparcieron por el bosque, resonando con sibilino eco. Los
pastores, atemorizados, huyeron rápidamente. Desde niños habían escuchado la
historia de la reina Quilama, por eso el bosque estaba encantado.
La burla se
repitió durante toda la semana. Uno de los pastores veía la seta dorada, no
podía arrancarla, los demás acudían en su ayuda pero al regresar el ejemplar
había desaparecido. Las risas se repetían, cada día con más ahínco, hasta que
de la noche a la mañana la seta dorada dejó de aparecer. Así hasta el año
siguiente, en que volvió a repetirse el esperpento. Desde entonces, se dice que
en los bosques de las Quilamas cada otoño crece una seta cubierta de oro a la
espera de que algún osado recolector sepa burlar a los duendes y poder llevarse
el micológico tesoro.
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