El leñador y el árbol de
Navidad
MITOS Y
LEYENDAS DE SALAMANCA
Raúl Martín 20 de diciembre de 2014
SALAMANCA24HORAS
rescata del olvido nuevos relatos sobre los mitos, leyendas e historias
prodigiosas de la tradición salmantina. Desde los albores de los tiempos, el
ser humano ha tratado de ofrecer una coherente explicación a cada uno de los
elementos que interfieren en este planeta llamado Tierra. Sin embargo, no
siempre puede encontrar un motivo racional. Es ahí donde entra el folclore,
impregnado de misticismo y fantasía, historias transmitidas en el serano, a la
luz de la hipnotizadora lumbre
Hubo un tiempo en que la fe católica necesitaba más hechos que creencias
para su expansión por toda Europa, cuando el hombre se guiaba por el temor a lo
desconocido, desdeñando el empirismo racional que poco a poco se ha ido
imponiendo en el devenir de los tiempos. Durante la Edad Media comenzaron a
surgir por doquier restos humanos de protagonistas durante la vida de Jesús de
Nazaret o de materiales relacionados directa o indirectamente con Cristo, las
denominadas reliquias, objetos expuestos para su veneración que servían como
incentivo a las creencias del populacho. Es el caso de los pastores de Belén,
cuyos restos se guardan en Ledesma. Pero, al mismo tiempo, el vulgo se aferró a
las tradiciones paganas para elaborar una serie de elementos añadidos a la
celebración navideña. Así surgieron los belenes, los regalos de los Reyes Magos
y el árbol de Navidad, este último protagonista de un relato transmitido de
generación en generación en la provincia de Salamanca.
Cuenta la leyenda que un 24 de diciembre un leñador salió en busca de
materia prima entre los frondosos bosques de lo que hoy es el sur de la
provincia charra. El invierno había entrado con fuerza y las heladas eran
constantes. Por eso necesitaba robusta leña con que llenar el cobertizo para
que su familia pasara confortable y caliente la estación más dura del año.
La noche anterior había nevado, por lo que al amanecer el buen hombre se
encontró una espesa capa que otorgaba al bosque una angelical alfombra. Aun
así, decidió salir en busca de leña, pues ya se le estaban agotando las
existencias. Con más esfuerzo de lo habitual, recopiló unas buenas ramas que
bien arderían en su chimenea. Pero el cansancio se fue acumulando y las horas
pasaron como el viento que ya se había llevado todas las hojas del otoño.
Comenzó a anochecer cuando el leñador se
encontraba todavía en el bosque. Quería llegar a tiempo para cenar, pero el
amplio cargamento cosechado le impedía avanzar con celeridad. Para reponer
fuerzas, se sentó unos instantes a la vera de un pequeño abeto. Alzó la vista y
contempló la inmensidad de un cielo estrellado. Maravillado por el espectáculo,
recobró el aliento y se levantó de un brinco para continuar el camino de
regreso a casa. Sin embargo, antes de partir algo le sobresaltó. El pequeño
abeto relucía. Parecía como si las estrellas hubieran descendido para posarse
sobre sus ramas. El leñador decidió llevarse tan singular árbol a su casa,
donde fue colocado junto a la mesa en que se desarrolló la cena de Nochebuena.
La casa brillaba como nunca antes lo había hecho.
Al ver que encajaba
perfectamente como decoración del tradicional belén, desde entonces cada año,
al llegar la Navidad, el leñador salía en busca de un pequeño abeto, pero no
volvió a encontrar aquel estrellado ejemplar, por lo que en su recuerdo fabricó
unas brillantes bolas de metal que repartía por las ramas para rememorar el
original árbol de Navidad.
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