MITOS Y
LEYENDAS DE SALAMANCA
Raúl Martín 14 diciembre 2014
SALAMANCA24HORAS rescata del olvido nuevos relatos sobre
los mitos, leyendas e historias prodigiosas de la tradición salmantina. Desde
los albores de los tiempos, el ser humano ha tratado de ofrecer una coherente
explicación a cada uno de los elementos que interfieren en este planeta llamado
Tierra. Sin embargo, no siempre puede encontrar un motivo racional. Es ahí
donde entra el folclore, impregnado de misticismo y fantasía, historias
transmitidas en el serano, a la luz de la hipnotizadora lumbre.
En el oeste de la provincia de
Salamanca, allá donde el tiempo parece haberse quedado anclado para siempre,
donde los pueblos envejecen sin remedio, sobreviven al calor de la chimenea
invernal y el fresco estival las más increíbles historias transmitidas de
generación en generación. En una zona cuya ortografía invita al misticismo,
conocida antaño por los lugareños como el mismísimo fin del mundo, la
naturaleza es el elemento vertebrador de casi todos sus mitos, sobre todo el
agua. Su transcurrir por el Duero, el Tormes o el Águeda, entre otros muchos
ríos y afluentes, genera una peculiar silueta de altibajos no aptos para el ser
humano de hace siglos. No es de extrañar, por tanto, que estos parajes
provocaran el surgimiento de relatos que infundían asombro entre los lugareños.
Cuenta la leyenda que había una
vez en Peñaparda, en el suroeste de lo que hoy es la provincia de Salamanca,
cerca del límite con Portugal y Cáceres, un lugareño con una importante piara
que mantenía a toda su familia. Sin embargo, de la noche a la mañana, los animales
fueron enfermando uno tras otro. Sin motivo aparente, iban cayendo. Aunque no
morían, quedaban prácticamente inservibles para continuar la especie, debiendo
ser rápidamente sacrificados.
El dueño no acertaba a comprender
qué ocurría. Por eso, recurrió al más allá. Imploró a los cielos que su piara
sanara, pero nada. Las enfermedades continuabas. Incluso recurrió a la
hechicería y todo tipo de ungüentos naturales. Pero tampoco. Desesperado, se
propuso dar su último paseo con su cerda favorita, la que más beneficios le
había proporcionado, aquejada ahora de lo que parecía un reúma.
Hombre y animal deambularon hasta
llegar a una pequeña laguna. La torrencial lluvia caída días antes había
propiciado la abundante presencia de agua que, mezclada con la tierra, había
convertido al lugar en una especie de lodazal. La cerda se sintió como en casa
y se metió de lleno. Después de varios minutos, el animal regresó junto a su
dueño. Pero, para sorpresa del hombre, caminaba sin problema alguno. No podía
ser. ¿Acaso eran los efectos relajantes del agua? Pero sí, la cerda volvió a
ser la misma de siempre. El reuma se había curado. Era un milagro. ¿O más bien
una charca milagrosa? El hombre decidió hacer lo propio con el resto de la
piara que aún le quedaba, y uno tras otro los animales fueron sanados.
Asombrado por lo acontecido, el
hombre acudió al pueblo a comunicar a sus vecinos el milagro. Desde entonces,
en Peñaparda se conoce a este lugar como el Charco de la Marrana, al que
continuamente acuden personas aquejadas de alguna enfermedad, principalmente de
reúma, en busca de curación. Así, se rebozan en el fango, como hiciera la cerca
que da nombre al paraje. Y cuentan los más viejos del lugar que muchos enfermos
jamás volvieron a padecer el mal con el que llegaron.
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